
“La resiliencia es la capacidad de afrontar la adversidad saliendo fortalecido y alcanzando un estado de excelencia profesional y personal. Desde la Neurociencia se considera que las personas más resilientes tienen mayor equilibrio emocional frente a situaciones de estrés, soportando mejor la presión. Esto les permite una sensación de control frente a los acontecimientos y mayor capacidad para afrontar retos”. (Instituto Español de Resiliencia).
Cuando decimos cosas como por qué yo o por qué siempre tengo tan mala suerte, no nos damos cuenta de que son episodios que forman parte de la vida. Si nos detuviéramos en como al día siguiente nos levantamos, arrastrando los pies, porque las demandas no nos deja detenernos a lamentar lo perdido. En ese instante descubriríamos el verdadero significado de la palabra resiliencia, de como después del lloro, lamento o maldición, la mala experiencia se convierte en una alerta o en una herramienta que tenemos guardada en el cajón para hacer frente a una demanda futura.
Si después de una lagrima de amargura por una decepción, conseguimos esbozar una leve sonrisa recordando que aun no habiendo conseguido lo perseguido hemos acumulado lo necesario para comenzar de nuevo el camino hacia un nuevo objetivo. Levantarse y caminar es algo que llevamos en nuestro mapa genético, observando a un niño como aprende podemos comprender que el error y la corrección es nuestra manera de afrontar la vida.
El equilibrio emocional tan buscado por todos, no es más que no permanecer detenidos en una sola emoción. No creer que todo es un pozo hondo sin luz del que no podemos salir o una nube rosa sin espinas. Hay escaleras para subir y bajar, en momentos podemos sentirnos felices y otros desgraciados, pero siempre nosotros mismos, siempre sabiendo que la felicidad y la desgracia son pasajeras.