La autoestima es la valoración que hacemos de nosotros mismo sobre la base de las sensaciones y experiencia que hemos ido incorporando a lo largo de la vida. Se forma a lo largo de la vida. Los siguientes pasos ayudan a que sea una realidad:
Convertir lo negativo en positivo: “no estoy a la altura que esperas de mi” – “voy hacerlo todo bien que se”.
No generalizar: ante fracasos anteriores no debemos suponer que volverán a producirse y veamos retos nuevos ante los que utilizar recursos adecuados.
Centrar la atención en lo positivo: si solo vemos los aspectos negativos no estaremos teniendo todas características y por tanto descartaremos características positivas que pueden ser muy útiles para resolver el problema.
Tener consciencia de nuestros logros: si olvidamos por un solo fracaso todo lo bueno de lo que somos capaces de hacer, estaremos poniendo nuestra atención en un porcentaje mínimo de la gran capacidad de actuación pasada, presente y futura que poseemos.
No compararse: nadie es igual, cada uno de nosotros tiene una personalidad tan válida como cualquier otra, por ello nunca es comparable una persona con otra ya que hay toda una vida de experiencia distinta para cada una de ellas.
Confiar en nosotros mismos: nadie puede tener más información de nuestros sentimientos y capacidades que nosotros mismos, por ello si actuamos con sinceridad de acuerdo con lo que creemos y sentimos no necesitaremos la aprobación del otro.
Aceptarnos: tanto el aspecto físico, las capacidades o las cualidades, negativas o positivas son personales e intransferibles que nos acompañaran toda la vida. Por qué malgastar energía en ignorarlas o quererlas hacerlas invisibles, mejor aceptar lo que nos aporta y ponerlas en valor.
Esforzarnos para mejorar: si algún aspecto de nosotros creemos mejorable buscar cómo hacerlo. En este punto es bueno preguntarnos antes identificar objetivos claro para realizar un plan de logros reales.
El concepto de uno mismo va desarrollándose poco a poco a lo largo de la vida, cada etapa aporta en mayor o menor grado, experiencias y sentimientos, que darán como resultado una sensación general de valía e incapacidad. En la infancia descubrimos que somos niños o niñas, que tenemos manos, piernas, cabeza y otras partes de nuestro cuerpo. También descubrimos que somos seres distintos de los demás y que hay personas que nos aceptan y personas que nos rechazan. A partir de esas experiencias tempranas de aceptación y rechazo de los demás es cuando comenzamos a generar una idea sobre lo que valemos y por lo que valemos o dejamos de valer.
Durante la adolescencia, una de las fases más críticas en el desarrollo de la autoestima, el joven necesita forjarse una identidad firme y conocer a fondo sus posibilidades como individuo; también precisa apoyo social por parte de otros cuyos valores coincidan con los propios, así como hacerse valioso para avanzar con confianza hacia el futuro. Es la época en la que el adolescente pasa de la dependencia de las personas a las que ama (la familia) a la independencia, a confiar en sus propios recursos. Si durante la infancia ha desarrollado una buena autoestima, le será relativamente fácil superar la crisis y alcanzar la madurez.
La baja autoestima está relacionada con una distorsión del pensamiento (forma inadecuada de pensar). Las personas con falta de autoestima tienen una visión muy distorsionada de lo que son realmente; al mismo tiempo, estas personas mantienen unas exigencias extraordinariamente perfeccionistas sobre lo que deberían ser o lograr. Suelen mantener un diálogo consigo misma que incluye pensamientos como:
Sobregeneralización: A partir de un hecho aislado se crea una regla universal, general, para cualquier situación y momento: he fracasado una vez (en algo concreto) ¡siempre fracasaré! (se interioriza como que fracasaré en todo).
Designación global: Se utilizan términos peyorativos para describirse a uno mismo, en vez de describir el error concretando el momento temporal en que sucedió: ¡que torpe (soy)!.
Pensamiento polarizado: Pensamiento de todo o nada. Se llevan las cosas a sus extremos. Se tienen categorías absolutas. Es blanco o negro. Estás conmigo o contra mí. Lo hago bien o mal. No se aceptan ni se saben dar valoraciones relativas. O es perfecto o no vale.
Autoacusación: Uno se encuentra culpable de todo. Tengo yo la culpa ¡tendría que haberme dado cuenta!
Personalización: Suponemos que todo tiene que ver con nosotros y nos comparamos negativamente con todos los demás. ¡Tiene mala cara, qué le habré hecho!
Lectura del pensamiento: supones que no le interesas a los demás, que no les gustas, crees que piensan mal de ti...sin evidencia real de ello. Son suposiciones que se fundamentan en cosas peregrinas y no comprobables.
Falacias de control: Sientes que tienes una responsabilidad total con todo y con todos, o bien sientes que no tienes control sobre nada, que se es una víctima desamparada.
Razonamiento emocional: Si lo siento así es verdad. Nos sentimos solos, sin amigos y creemos que este sentimiento refleja la realidad sin parar a contrastarlo con otros momentos y experiencias. "Si es que soy un inútil de verdad"; porque "siente" que es así realmente.